Deporte y estabilidad personal

Cuando hacemos deporte, no sólo entrenamos nuestro cuerpo: también la mente. Seguramente esa sea la razón por la que las personas que no practican ejercicio, tienen más posibilidades de sufrir estrés, depresión u otros problemas emocionales. 

De hecho, se suele recomendar su práctica en casos de enfermedades vinculadas con la memoria (Alzheimer, por ejemplo), pues contribuye a que aumente la segregación de neuronas relacionadas con el aprendizaje y la memoria. 

A lo mejor no lo has pensado de forma consciente, pero cuando nos movemos estamos conociendo mejor nuestro cuerpo: qué postura nos resulta incómoda, que movimiento nos cuesta hacer… Es decir, que estamos fomentando la autoconciencia emocional, el conocimiento de uno mismo.

Al movernos, aprendemos cuáles son nuestros límites, y eso nos lleva a saber pedir ayuda y; también a aceptarla.

Cuando se practica ejercicio habitualmente, desarrollamos la automotivación, y nos fijarnos objetivos y metas. Igualmente aprendemos a organizarnos (encontrando nuestro momento para hacer deporte, gestionando el descanso, etc.)

Al hacer deporte, tonificamos y fortalecemos el cuerpo, somos más flexibles, tenemos más fuerza y resistencia, nos movemos mejor, nos cansamos menos… y desde luego: ¡nos vemos mejor! Y por tanto fortalecemos la autoestima.

Es decir, que el ejercicio es una especie de ensayo para la vida, para nuestro día a día, donde hemos de canalizar nuestras emociones y adaptarlas a los distintos contextos, enfrentarnos a los desafíos que van surgiendo. 

Cuando entrenamos, en esos momentos estamos gestionando un sinfín de emociones y aprendemos a conocerlas; frenamos impulsos, vencemos frustraciones y contratiempos; aprendemos técnicas; nos sobreponemos a los malos resultados; nos distraemos y desconectamos; nos hacemos más persistentes… 

Y todos estos beneficios físicos y psicológicos nos llevan a poder decir que el deporte nos proporciona equilibrio mental, y, derivado de este equilibrio, bienestar general. 

Cuando hacemos deporte, no sólo entrenamos nuestro cuerpo: también la mente. Seguramente esa sea la razón por la que las personas que no practican ejercicio, tienen más posibilidades de sufrir estrés, depresión u otros problemas emocionales. 

De hecho, se suele recomendar su práctica en casos de enfermedades vinculadas con la memoria (Alzheimer, por ejemplo), pues contribuye a que aumente la segregación de neuronas relacionadas con el aprendizaje y la memoria. 

A lo mejor no lo has pensado de forma consciente, pero cuando nos movemos estamos conociendo mejor nuestro cuerpo: qué postura nos resulta incómoda, que movimiento nos cuesta hacer… Es decir, que estamos fomentando la autoconciencia emocional, el conocimiento de uno mismo.

Al movernos, aprendemos cuáles son nuestros límites, y eso nos lleva a saber pedir ayuda y; también a aceptarla.

Cuando se practica ejercicio habitualmente, desarrollamos la automotivación, y nos fijarnos objetivos y metas. Igualmente aprendemos a organizarnos (encontrando nuestro momento para hacer deporte, gestionando el descanso, etc.)

Al hacer deporte, tonificamos y fortalecemos el cuerpo, somos más flexibles, tenemos más fuerza y resistencia, nos movemos mejor, nos cansamos menos… y desde luego: ¡nos vemos mejor! Y por tanto fortalecemos la autoestima.

Es decir, que el ejercicio es una especie de ensayo para la vida, para nuestro día a día, donde hemos de canalizar nuestras emociones y adaptarlas a los distintos contextos, enfrentarnos a los desafíos que van surgiendo. 

Cuando entrenamos, en esos momentos estamos gestionando un sinfín de emociones y aprendemos a conocerlas; frenamos impulsos, vencemos frustraciones y contratiempos; aprendemos técnicas; nos sobreponemos a los malos resultados; nos distraemos y desconectamos; nos hacemos más persistentes… 

Y todos estos beneficios físicos y psicológicos nos llevan a poder decir que el deporte nos proporciona equilibrio mental, y, derivado de este equilibrio, bienestar general. 

Nos ayuda a mantener ese deseado equilibrio cuando nos enfrentamos a situaciones desafiantes, cuando todo se tambalea ante dificultades de complicada superación. Conseguir librarnos de presiones vitales (ira, frustración, etc.) nos conduce a la estabilidad emocional y nos acerca a la felicidad.